España se hunde en más de un sentido y la gente sale a la calle a protestar contra los culpables sin tener aún muy claro quiénes son semejantes individuos. Se rompen cosas, se montan pollos y se queman las calles sin encontrar aún la figura concreta a la que responsabilizar del impresionante desaguisado que estamos viviendo. Y en estas circunstancias hemos conocido que algunas deportistas que practican natación sincronizada sí han encontrado una persona culpable de sus problemas, y esa culpable es su antigua seleccionadora española, Anna Tarrés. Al parecer, estas nadadoras denuncian que la señora Tarrés se ha dedicado durante lustros de éxitos deportivos a maltratarles y a amenazarles, en un ejemplo impecable de liderazgo despiadado.
Parece razonable pensar que estamos en una época en la que el liderazgo al modo psicópata funciona a las mil maravillas; ese buen funcionamiento se debe en parte a que hoy en día se busca ganar como sea (y el dirigente psicópata elimina de su camino cualquier obstáculo social o personal para conseguirlo), y en parte se debe a que ese estilo de dirección encuentra hoy al destinatario perfecto, que es el subalterno asustado. El miedo es fundamental para que el liderazgo psicópata marche como la seda. El líder despiadado construye su influencia y su poder sobre las bases del terror, y hoy en día la gente está asustada: asustada de perder su empleo, sus condiciones, su realidad consolidada personal.
Las nadadoras de Anna Tarrés han denunciado hoy que durante años han pasado un verdadero tormento, pero, curiosamente, lo denuncian hoy, fecha en la que la señora Tarrés lleva un tiempo cesada en sus funciones. La señora Tarrés está en su casa y ya no puede torturarles más en ninguna piscina, porque ya no manda nada, y ése es el motivo por el que estas deportistas se han lanzado a hacer público tan tremendo testimonio. Durante años, estas nadadoras han permanecido en un silencio ejemplar y han colaborado con la señora Tarrés en la consecución de sus logros deportivos gloriosos, logros que todo el mundo reconoce y que a todos los aficionados han complacido.
Por tanto, la terrible realidad constituye el terreno perfecto para el desarrollo vegetal del liderazgo desaprensivo. Sin que exista el miedo entre los subalternos, los líderes como Tarrés no pueden ejercer su poder. Probablemente, el entrenador del Real Madrid, señor Mourinho, será en un futuro la víctima de una campaña de denuncias similar a la que ha empezado con la señora Tarrés, puesto que el señor Mourinho da el tipo de líder maligno, capaz de pisotear a cualquiera, dentro y fuera de su equipo, en aras del triunfo. Pero también es probable que esas denuncias lleguen cuando el malencarado entrenador portugués haya abandonado el Real Madrid, porque Mourinho, como Tarrés, ha gozado de la confianza absoluta de sus superiores. La superioridad máxima, que confía en Tarreses y Mourinhos, quiere llegar a resultados positivos y no está interesada en conocer las cloacas del proceso.
No obstante, estamos viendo que, en un momento como el actual, la masa tiende a protestar y a organizarse en escaramuzas callejeras. Ahora bien: las escaramuzas urbanas no van dirigidas contra nadie en concreto. Cuando alguien tiene algo que perder y además conoce al responsable específico de sus angustias, un responsable con el que todavía hay que despachar de forma directa y periódica, la valentía se evapora y las protestas no existen. Las víctimas se inhiben y el miedo triunfa. Por tanto, podríamos creer que las figuras terroríficas del poder viven su edad de oro, pero realmente el miedo como método directivo es un procedimiento antiquísimo que siempre ha funcionado, que nunca falla.