Qué hay de lo mío

El mundo entero conoce ya el episodio de la restauración del Ecce Homo del Santuario de la Misericordia de Borja (Zaragoza). Por resumir, diremos que en esa iglesia había una pintura digna aunque sin gran valor artístico que una vecina trató de restaurar como buenamente pudo, con la mala suerte de convertirla en un engendro; el fenómeno se transforma en trending topic jocoso y la gente empieza a visitar la iglesia para ver en vivo el resultado de la restauración.  Desde mi punto de vista, en este asunto vienen recogidos los elementos fundamentales del momento actual y de las características generales de nuestro país. En primer lugar, tenemos la restauración en sí, que parte de la iniciativa individual y descabellada de una buena señora de la localidad, que se ofrece a emprender este trabajo y a la que nadie pone freno; la señora va pintando encima del Ecce Homo original y , como sabe cualquiera que haya pintado al óleo alguna vez, en esta técnica los errores se solucionan pintando encima una y otra vez, aprovechando la densidad opaca del material, y así, la señora, dándole al asunto, llegó al extremo delirante que hemos conocido, convirtiendo al Cristo en una especie de “Paquirrín” de mirada perdida. Este proceso de restauración amateur sin encomienda alguna y a lo que salga es algo evidentemente español por improvisado y chapucero.

Luego está la propagación del fenómeno por las llamadas redes sociales; esta propagación es un reflejo de la sociedad conectada e inmediata que estamos viviendo, en la que la mayor chorrada corre como un rayo por los smartphones de la Tierra. A eso dedicamos nuestro tiempo.

Inmediatamente después aparece el fenómeno de las visitas masivas a Borja para ver la pintura, con el consiguiente aumento del comercio en el pueblo y la mejora de las perspectivas de prosperidad de la zona; en esto, el asunto se parece a Los Jueves, Milagro, película de 1957 de Luis García Berlanga en la que las fuerzas vivas de un pueblo deciden escenificar apariciones falsas de San Dimas para promocionar la localidad (al final, San Dimas se aparece de verdad en el pueblo). No diré yo que los regidores de Borja hayan fomentado este tinglado de la restauración, pero los hechos están ahí y las visitas físicas a la localidad aragonesa se han multiplicado por mil.

Y el último detalle españolísimo que acabamos de conocer es la reaparición de doña Cecilia Giménez, autora de la horripilante restauración, que estaba oculta y avergonzada debido a la chufla que se había hecho con su labor; al parecer, la buena señora reclama ahora el cobro de los derechos de autor correspondientes a su magna obra, en vista del espectáculo desencadenado y de la infinidad de reproducciones que en el mundo se están elaborando de su adefesio. Ese avergonzarse al principio, convertido después en un qué hay de lo mío, supone la rúbrica perfectamente berlanguiana al enredo. Como hemos explicado en alguna otra entrada de este blog, no hay que descartar que nuestro sustento futuro se base en la propagación de nuestras costumbres más bestias o, visto el resultado, en la articulación de operetas como ésta publicitadas en todas las localidades de nuestro país.

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