Hay un video del candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, Mitt Romney, en el que este señor aparece hablando durante una cena y con mucha desenvoltura de aspectos relacionados con los votantes americanos; Romney dice que el 47% del electorado de los Estados Unidos está compuesto por vagos que no pagan impuestos, y dice que ése es un grupo de gente que siempre votará a Obama, así que no merece la pena ocuparse de ellos. El vídeo, grabado de modo clandestino con un teléfono móvil, contiene otras declaraciones absolutamente sensacionales que, pese a haber sido dichas en un ámbito privado, quedan ahora suspendidas en la Red, a la vista del mundo.
Se me dirá que no hay que dar importancia a lo que se dice en una cena cuando la gente se quita la corbata y se encuentra relajada y suelta. Y estamos de acuerdo en que la cámara oculta es un procedimiento informativo canalla. Lo que ocurre es que en los últimos meses el señor Romney también ha emitido por los canales públicos «legales» (prensa, radio, mitines) una importante cantidad de enormidades del más diverso calibre, casi todas alrededor de la perspectiva del dinero, que en el caso del señor Romney es una perspectiva distorsionada por su propia fortuna personal (más de 200 millones de euros): el señor Romney ha llegado a decir que la clase media norteamericana está formada por la gente que gana 200.000 dólares al año. Romney está haciendo una campaña electoral caracterizada por la acumulación de frases antipopulares pronunciadas sin ningún recato, y eso es un escándalo, sobre todo para la mentalidad europea.
Los europeos estamos más acostumbrados al político del formato del actual presidente estadounidense, Barack Obama, un hombre angelical que habla siempre con el corazón en la mano y que, en consecuencia, no ofende a nadie. Eso sí: Obama tiene un oratoria maravillosa: es el mejor lector de discursos que yo he escuchado en mi vida. Su porte en el atril es imponente; su mirada, la modulación de su voz, sus pausas, etc. son excepcionales. Y el contenido de sus discursos es tan aéreo y perfumado que es imposible no sentirse conmovido. Pero uno tiene la impresión de que Obama no dice gran cosa, y que, si bien en una mano tiene el corazón, no sabemos qué es lo que tiene en la otra.
Por el contrario, Mitt Romney se va destapando con sus intervenciones bochornosas, y sigue firmemente componiendo la figura grotesca del candidato imposible, pero uno tiene la impresión de que el Romney que se mete con los pensionistas es un Romney auténtico y verdadero. Así debe ser Romney en su casa (en su casa de novecientas habitaciones). Y ¿cómo es Obama? No lo sabemos.
Y los norteamericanos, que son muy raros en estas cosas pero que llevan organizando elecciones más tiempo que nadie, los norteamericanos, digo, podrían castigar la etérea beatitud del presidente y en cambio valorar positivamente la espontaneidad multimillonaria de Romney, aunque luego sea Romney quien les quite la pensión y el subsidio. No hay que olvidar que los americanos no han creído conveniente hasta hace muy poco montar una estructura sanitaria pública, y debemos también tener presente que los americanos no sienten ese odio por los ricos que sentimos los europeos. Así que esta candidatura de Mitt Romney, que para nosotros puede ser una candidatura marciana y rocambolesca por las circunstancias descritas, y que en Europa estaría ya bajo tierra, resulta que ahí sigue, pegada a la de Obama en las encuestas.
Quedan los debates electorales de octubre, que en los Estados Unidos son espectáculos vivos y que allí no tienen la consistencia pesada de cemento armado que tienen los debates que hemos sufrido en las sucesivas elecciones españolas. En esas discusiones entre Romney y Obama podremos admirar de nuevo la telegenia del presidente y tendremos otra ocasión de oír nuevas insensateces (insensateces desde un punto de vista electoral europeo, claro) del señor Romney. Un europeo se interesa por ese espectáculo de Romney del mismo modo que un zoólogo se asombra con una nueva clase de mariposa que acaba de descubrir: escuchamos a Romney con total perplejidad.