Todo el mundo sabe ya que Eurovegas es el tinglado relacionado con el juego que por lo visto se va a montar en Madrid de la mano del empresario estadounidense Sheldon Adelson. Hay una discusión sobre la conveniencia o no de levantar este complejo en España, y sobre si es o no correcto el hecho de lucrarse con este tipo de negocio; para mí, esta discusión es un pasatiempo tan inútil como otro cualquiera. En España, el juego no sólo está permitido sino que, además, es una actividad que constituye la más rentable fuente de ingresos de la Administración (a través de la fabulosa compañía pública Loterías y Apuestas del Estado), con lo cual todo parece indicar que, en vista de que aquí nadie habla de la ética del Gordo de la Lotería de Navidad (incluso se le quiere dar siempre una pátina de tradición entrañable), y mientras no se discuta la moralidad de la Lotería del Niño, los debates sobre ética económica en este caso son manifestaciones de la más refinada hipocresía.
Otro asunto distinto es el debate estético. Las Vegas es una ciudad estadounidense de extravagante exceso lumínico y de sublimación de lo hortera, pero pese a ello hay determinadas personas que la relacionan con una importante parte de su cultura. Su origen fue uno de tantos ejemplos vigorosos de creación de un núcleo urbano a partir de la nada total y gracias a la voluntad imparable de unos lunáticos. Luego se convirtió en el centro mundial del show business: hay generaciones enteras que han escuchado cantar en Las Vegas a Elvis Presley, Frank Sinatra o Dean Martin o que, en su defecto, hubieran deseado haber podido estar allí escuchándoles. La ciudad tenía un toque criminal que sigue atrayendo a determinada gente: hay personas que asocian a Las Vegas con algunas novelas y películas de indiscutible calidad, y que cuando piensan en Las Vegas recuerdan a Joe Pesci fuera de control y clavando un bolígrafo en el cuello de alguien al ritmo de “Gimme Shelter”, de los Rolling Stones. Además, este empresario Adelson cumple a la perfección la tipología física del magnate de Scorsese: un personaje hecho a sí mismo, con hechuras achatadas, tinte capilar reluciente y mirada de hombre de silenciosa determinación.
Pero actualmente Las Vegas es un simulacro de lo que fue: hoy en día es una ciudad familiar, un parque de atracciones. Las Vegas es una copia de Las Vegas, así que en Alcorcón vamos a tener una copia de la copia, y todo indica que con ese manoseo estético a aquello no le quedará ya ni medio gramo de la violencia canalla del original. Sí tendrá, por el contrario, todo el atractivo estridente del actual Las Vegas, que es una ciudad que, como todo el mundo sabe, cuenta en sus calles con reproducciones exquisitas de la Torre Eiffel, las pirámides de Egipto, el palacio de los Césares de Roma o los canales venecianos: concretamente, el tema veneciano se puede encontrar en uno de los locales americanos propiedad del señor Adelson, así que, si finalmente se lleva a cabo la construcción de Eurovegas en Alcorcón, la mano del señor Adelson garantiza la aparatosidad reluciente y el mal gusto consolidado.
Después de estas consideraciones, lo que se ve al fondo es la realidad española, que es la que ya comentamos en nuestro último post: una realidad de devastación económica. Por lo tanto, y desactivados los dilemas éticos por las razones de doble moral que ya se han detallado, la discusión que queda es la de elegir entre dos opciones: por un lado, la estética dudosa de un capitalismo sin aditivos, basado en el vicio; y, por otro lado, la nada, o al menos la esperanza de encontrar alguna idea empresarial diferente, idea que por ahora a nadie se le ha ocurrido.