El encierro masivo

Uno ve los encierros de San Fermín por la tele y siente pavor. ¿No hay demasiada gente corriendo? ¿Acaso no ha llegado la hora de la refundación de esa fiesta demencial? Estamos en el punto en el que yo diría que cuesta mucho determinar dónde está el toro. Los toros y los cabestros corren ocultos, sepultados bajo la marabunta humana. ¿Cuántos australianos absurdos más tienen que quedar paralíticos hasta que se tomen medidas? No entro en la importancia de la tradición sanferminera, ni en el sólido arraigo de la Fiesta; sólo digo que hasta hace poco los encierros superpoblados tenían lugar solamente los fines de semana, pero hoy miércoles he visto la carrera y cuesta creer que ahí quepa algún mozo más. Estas multitudes incrementan la sensación de peligro en forma de cornadas, montoneras y avalanchas humanas y bovinas, y sin embargo creo que reducen la capacidad de recortar, correr junto al toro, aguantar la marcha de la manada y jugar con las distancias, debido a que, como hemos dicho, no hay distancias. Sólo hay masa. Un bosón de Higgs no cabe en la calle Estafeta. Una tradición como la de correr con los toros, tal vez estrafalaria pero de indiscutible importancia, es ahora otra cosa, un espectáculo multitudinario y suicida.  

De todas formas, estaba yo viendo hoy el encierro por la televisión, en una cafetería, y al verlo rodeado de gente me he dado cuenta de que el público en general no es exquisito en cuanto a la estética de las carreras y a la maestría de los recortadores, sino que, más bien, a los parroquianos les gusta, por encima de todo, la cornada y el atropello doloroso. Es sabido que la gente disfruta con los coscorrones ajenos (recordemos el gran éxito de programas de televisión como «Humor Amarillo» o «Gran Prix», basado en los porrazos y las caídas); sin embargo, esto del encierro masificado es ya una invocación en firme de la desgracia. Mientras veía a los mozos correr empujándose, yo pensaba en las múltiples variedades de fallecimientos que pueden producirse en esas circunstancias: muertes por asfixia, atropellos, descalabros contusos, episodios coronarios gravísimos y, cómo no, cornadas, tremendas cornadas. Con todos estos corredores, ya no estamos ante casos de valentía levemente inconsciente, sino que es ya un asunto perteneciente al ámbito de la irresponsabilidad pura y dura.

Pero, insisto: los encierros tienen cada vez más audiencia televisiva, y repito que son cada día más multitudinarios, y es indudable que el número de australianos borrachos que corren entre los toros es cada vez mayor. Así que, venga, a disfrutar.

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