Lo inconcebible

Se discute en estos días sobre la idea de austeridad. La austeridad es un concepto que está de moda: políticas de austeridad, recorte de gasto, reducción del déficit. La austeridad, como principio preventivo, es una idea muy recomendable. Si uno puede vivir con poco, lo normal es que tenga una vida más plausible y que el margen para las sorpresas desagradables sea escaso. Pero esta austeridad preventiva y voluntaria va en contra de la corriente general progresiva, que es la corriente de la acumulación desmedida de artículos de mayor o menor utilidad (a veces, francamente absurdos). La generalidad de las personas lleva desde hace años un ritmo marchoso de adquisición de bienes y de contratación de servicios, y sólo en los últimos meses puede parecer que ese ritmo va remitiendo.

Por tanto, hasta hace bien poco la austeridad elegida voluntariamente no se llevaba. Pero ahora está triunfando otro tipo de austeridad, que es la austeridad obligatoria o a posteriori, y que realmente es una frugalidad impuesta; esta política no tiene mérito y es además doblemente desagradable, porque suele venir tras años de dispendio a manos llenas, y el que lo sufre tiene ya un poso diario de gasto perfectamente delimitado y concreto. Por eso estamos viendo ahora verdaderos bloqueos mentales por parte de los nuevos austeros: cuando la realidad cambia de un día para otro, uno sufre un colapso pleno, y resulta que hay que prescindir de lo que hasta ayer era importantísimo. La costumbre presenta una calidad de cosa acorazada e imbatible que nos envuelve y reduce nuestra movilidad .

En esta línea del colapso personal tenemos también otros ejemplos: sólo hace falta que el amable lector vea las caras de los funcionarios que cada fin de semana se manifiestan por las calles. Ese funcionario manifestante, que tenía su vida garantizada y que de pronto puede irse a la calle, no solamente tiene el problema del futuro inmediato (problema común a todos los hombres y mujeres de hoy), sino que, en su caso, además tiene que darse cuenta de que su cotidiana prosperidad ya no está asegurada de manera inconmovible, cosa que él ni contemplaba. La conversión de lo posible en algo real puede ser impactante, pero la aparición de lo inconcebible tiene que provocar mareos. Esas caras de empleados públicos que vemos en la tele representan el horror decantado y puro.

El futuro inmediato puede ser una sucesión de imprevistos, aunque eso ya no debería sorprender a nadie.

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