Leo en un blog de un periodista reputado este canto espiritual a favor del libro y de los libreros. El canto concluye con la declaración del autor en la que se cree en un futuro mejor para el sector, y en la que se dice que ese futuro mejor para los libreros llegará indefectiblemente, así que todo el mundo debe creer en el porvenir. Estas manifestaciones son de una candidez impresionante.
Yo soy de ésos que quieren que las librerías tengan un futuro espléndido, pero no sé si puedo confiar en ese deseo sin apoyarme en ningún argumento plausible. Las librerías están en una situación pésima: la gran mayoría de ellas ha cerrado sus puertas, las cierra ahora o las cerrará enseguida. El negocio de los libros camina como un zombie y se sustenta en el romanticismo mísero de estos comerciantes de libros, admirables ilusos, gente de honor que camina firmemente hacia el precipicio. Los escritores escribimos libros con ese mismo romanticismo absurdo; los editores, salvo excepciones, los publican en el umbral del mínimo rendimiento, o pierden dinero directamente. A todos nos falta un ingrediente fundamental para que el guiso esté en su punto: ese ingrediente es el lector.
El lector ha sufrido dos transformaciones básicas: en primer lugar, hay un decrecimiento vegetativo evidente; el lector tradicional va muriéndose de viejo y es sustituido por un público joven que a partir de los 140 caracteres que tiene un sms sufre un déficit de atención, y es un ser que no siente ninguna necesidad de leer nada. En segundo lugar, el lector tradicional, que sigue leyendo, va cambiando de formato. Ahora lee en la pantalla de un cacharro electrónico; eso ha aumentado exponencialmente el riesgo de copia ilegal de libros, y ha provocado que el almacenaje de muchos volúmenes en esos dispositivos de lectura se haga de forma ajena a la legalidad. O sea, que hay menos gente que lee y, al mismo tiempo, hay más gente dispuesta a no volver a pagar dinero jamás por un libro.
Ésta es la realidad, y esta realidad es un obstáculo para poder creer que el futuro de los libros sea bueno. Para cualquiera que no sea una novicia arrebatada, el futuro parece negro. Dicho lo cual, sospecho que siempre habrá personajes estrafalarios que escriban con la aspiración descabellada de ser leídos por alguien. Hay un futuro del libro, un futuro precario y desnutrido, que no depende de la lógica mercantil, sino que está en el sinsentido de los que escribimos, en nuestra vanidad, en nuestra voluntad incorregible, en nuestra dislocada ubicación en el mundo.