Con el regreso del verano volvemos a tener a los niños en casa. Fundamentalmente se dedican a ver la tele y, en algunos casos más graves, están jugando a la consola. Incluso parece que hay niños que se ponen a ver un canal que hay en la tele en el que pueden ver a otras personas jugando a la consola, lo que constituye la más tenebrosa cuadratura del círculo y el no va más del parasitismo anonadante y de la trepanación de cerebros infantiles: ver por la tele videojuegos jugados por otros. Impresionante asunto, del que tan poco se habla. Debemos suponer que estos niños concretos tienen un futuro muy negro. Hay personas que consideran esta circunstancia como algo evitable y que podemos reconducir, pero la realidad nos muestra que dedicar esfuerzos a enderezar a unos niños es muy difícil, y mucho más cuando los videojuegos y la tele son herramientas que además permiten que estos niños nos dejen en paz. Que un padre corte la fuente de su tranquilidad inmediata es un movimiento suicida que requiere un heroísmo que mucha gente no tiene. Los dispositivos audiovisuales alienantes en manos de nuestros hijos posibilitan que podamos comer a gusto la paella y que luego tengamos la opción de echarnos esa cabezadita de verano. Renunciar a esto de forma voluntaria solamente está al alcance de auténticos semidioses, de hombres y mujeres con una fuerza de voluntad absolutamente sobrenatural.
Y con los años esto empeora, háganme caso. He aquí el ejemplo del bebé tardío cuyo padre es ya mayorcito. Una niña, en concreto. La niña tiene ocho meses y siempre le recibe a uno con una sonrisa imborrable y espléndida. Además, es una niña tolerante a los besos y achuchones, que se despierta de la siesta y se queda reposada en los brazos del adulto. La niña es muy lista, empieza a hacer chistes y está a las puertas ponerse a torear abiertamente a sus padres, y más concretamente a su padre, a quien esta situación le coge con una edad excesiva y con la guardia muy baja. Empieza a ser una niña torera.
De momento, en este caso de la niña no hay dispositivos electrónicos ni televisión alienante, pero la intuición más rudimentaria nos dice que en el futuro la niña y el padre van a tener una relación sencillísima, que consistirá en que la niña va a hacer lo que le dé la gana de manera estricta y literal. Cualquier permiso que la niña pida a su padre va ser concedido con suma facilidad. La niña jugará a los videojuegos, verá la tele, tendrá un teléfono móvil en propiedad al cumplir los siete años, hará bullying con el WhatsApp a los nueve, y, en definitiva, puede acabar en el arroyo y hasta arriba de crack. Es de esperar que la madre, que es más sensata y diligente, actúe de contrapeso en este escenario, dado que, si la cosa se queda en manos del padre, la barra libre está completamente garantizada.
Podría pensarse que este padre de esta niña es un caradura y un vago redomado que no quiere asumir la responsabilidad que su papel exige, y sería un diagnóstico muy atinado, pero en este caso coexisten la dejadez propia de todos los padres modernos y el reblandecimiento supino y específico de un padre ante su hija, reblandecimiento agravado por la vejez de ese padre que ya está en la etapa en la que se es más abuelo que padre. La experiencia nos dice que la paternidad óptima requiere un grado de vigor físico y psicológico que a determinadas edades ya no se tiene. En el caso de esta niña y este padre, la derrota psicológica del padre-abuelo es ineludible y se ve venir a kilómetros de distancia. El padre va a tratar de disimular todo lo que pueda, pero muy a menudo va a aparecer este reblandecimiento que no le permite mirar a su hija sin conmoverse o emocionarse. La caída de la baba es un hecho indefectible.
En vista de todo esto, los padres toman una postura pasiva que es muy española y que consiste en dejar que las cosas vayan marchando y que con el tiempo esa niña se convierta en una mujer sensata. Como en el caso de los niños idiotizados por las consolas, lo que se espera con una candidez increíble es que las criaturas sean de pronto unas personas ecuánimes y que mágicamente sean capaces de discernir con criterio, y esperamos que eso se consiga por arte de birlibirloque y sin que ningún padre intervenga.
Es muy positivo mantener ese grado de optimismo demencial.