Hablemos de la vida en pareja. En este asunto, como en tantos otros, cada cual tiene su experiencia personal, experiencia que puede presentar los más diversos matices, y no vamos a ser nosotros tan pretenciosos como para intentar explicar cosas que no tienen ninguna explicación. La única conclusión más o menos común que podemos extraer es que la convivencia es difícil. Reduciéndolo todo a generalidades más o menos traídas por los pelos, nosotros creemos que ante el hecho rotundo de la pareja como realidad concreta y definitiva hay cuatro tipos de parejas, en función de la forma en la que se afronta este fenómeno. En primer lugar tenemos a algunas personas que tienen una opinión bélica del universo conyugal. Estas personas creen que la vida en pareja es solamente un poco mejor que la vida en solitario (fundamentalmente pensando que es mejor estar mal acompañado que solo), y en consecuencia encaran su relación de pareja como una contienda en la que van conquistándose territorios y derechos, generalmente en menoscabo de los territorios y derechos del cónyuge. Este enfoque militar del ámbito de la pareja identifica a la pareja en sí como un asunto de una hostilidad alta, un problema morrocotudo. Las personas que encaran la pareja como un conflicto tienden a acostumbrarse a la rutina bélica y se enganchan en discusiones perpetuas, discusiones que muchas veces tienen lugar en público y a la vista de todo el mundo. Presenciar estas discusiones es una experiencia altamente desagradable. Uno diría que esta dinámica es negativa y que podría llevar de forma natural a una separación o a un divorcio a cara de perro, pero la verdad es que todos los días vemos parejas que llevan décadas discutiendo y ahí siguen; estas parejas estilo Los Roper pueden durar muchísimo. La explicación a este fenómeno puede estar en una de las premisas que ya hemos citado: la idea de que es mejor estar mal acompañado que solo. Nosotros no vamos a valorar esta filosofía porque tiene su base lógica y su fundamento, pero sí podemos admirar a estas personas por lo fatigosa que resulta esta hostilidad perpetua.
En segundo lugar, existen muchas parejas en las que hay uno de los dos miembros (a veces, los dos) que presenta una tendencia inequívoca a buscar a una tercera persona por ahí. Se ve que en estas parejas hay momentos de armonía y de buena disposición, pero eso no es ningún impedimento para que alguno de los dos interprete la relación conyugal con unos criterios de ligereza completamente consolidados. Estas parejas emiten menos decibelios que las parejas-Roper, pero la turbulencia de infidelidad y desconfianza que hay de fondo, sorda e invisible, es fatal. Estas son las parejas que, cuando anuncian su separación, sorprenden, porque a menudo son parejas con una imagen exterior impecable.
En tercer lugar, tenemos a un grupo muy importante de parejas que originalmente se formaron bajo un error de percepción muy importante, y me refiero a aquellas parejas en las que al principio uno de los dos miembros contempla los defectos del otro como taras que pueden corregirse en el tiempo mediante un programa de acción incesante. Este enfoque es, a mi entender, un enfoque sumamente equivocado, porque la experiencia nos dice que, salvo casos muy concretos, las características íntimas de cada persona suelen tener una resistencia fortísima. La persona que considera que su pareja tiene cosas corregibles emprende una estrategia correctiva que abruma al corregido sin corregir absolutamente nada (si es que alguien entiende lo que quiero decir), y además esta estrategia agota a quien la ejerce. Por tanto, creemos que el resultado de esta dinámica es estéril y además fatídico para la pareja.
Por último, tenemos a las parejas en las que ninguno entiende la relación como una batalla, ni tienen miembros que busquen a terceras personas, ni presentan a ningún miembro que quiera transformar al otro. Estas son las parejas más o menos idílicas, dentro de los matices y las zozobras que pueden verse a diario. Estas parejas suelen acumular unos niveles de respeto, comprensión, cariño y tolerancia más que suficientes para ir tirando; una a una, estas características son muy positivas, y cuando se dan en conjunto son casi un milagro. En estas parejas, los defectos del otro son conocidos pero no insoportables, y a veces nos encontramos con casos extremos en los que los defectos de uno incluso le hacen gracia al otro. Hay que decir que un defecto más o menos objetivo es algo que convendría corregir, pero creemos que esa corrección, que es dificilísima, tiene que ser ejecutada por el propio defectuoso, sin injerencias.
Estas parejas digamos positivas, que son las que configuran la categoría más plausible, se enfrentan a muchos peligros derivados de la erosión normal, de la pura fuerza temporal. El tiempo es un agente corrosivo más potente que cualquier otro. Este fenómeno ha sido explicado tantas veces que no conviene incidir mucho más en ello. Sin ánimo de generalizar excesivamente, creemos que este agente corrosivo tiene un efecto mayor en las mujeres que en los hombres, y no quiero que se me entienda mal: con todas las salvedades que haya que hacer, podemos decir que las mujeres son más sensibles a las dinámicas rutinarias y al aburrimiento destructor, mientras que los hombres tendemos al acomodamiento postural y a la lectura resignada y elemental de las situaciones. Repito que esto es una generalización perfectamente revisable, pero la verdad es que, en este sentido, todos debemos hacer un esfuerzo. Los hombres insensibles debemos movilizarnos y generar dinámicas de reactivación de la pareja, cosa que por iniciativa propia no hacemos nunca. Esto requiere un trabajo que no es instintivo ni natural y que en consecuencia es mucho más difícil. Y las mujeres sensibles deben contemplar la realidad como un hecho concreto que, igual que podría mejorarse, podría perfectamente ser mucho peor. Se me dirá que es una manera deprimente de enfocar la realidad, pero también es una manera eficiente de evitar chascos y depresiones horripilantes.
Dichas todas estas obviedades, y aunque parezca que estas cosas están más o menos claras, la realidad es que todo esto es muy difícil. La proliferación de consultores, psicólogos, asesores y coaches que viven a costa de las parejas es tremenda. Esto es tan complicado que habría que ver cuál es el porcentaje de esos consultores que son divorciados o cuántos asesores presentan un déficit conyugal considerable. El mantenimiento de una pareja con unos mínimos niveles de salubridad psicológica es un trabajo heroico que se las trae.
Yo creo que lo que hay que hacer, en realidad, es una cosa dificilísima: decirle muchas veces a nuestra pareja que no solamente es una persona formidable sino que es además idónea para uno mismo. Y decirlo con agradecimiento. Ninguno de nosotros es una persona fácil. En la mayor parte de los casos, somos insoportables. Háganse ustedes cargo.