Estamos viendo hoy el lío monumental del PSOE en Madrid y podemos percibir la sensación de mareo que se está viviendo en este partido, que como sabemos ha sido durante más de un siglo la agrupación electoral más potente de España. El PSOE ha sido un grupo humano con muchas tendencias y corrientes, y casi siempre estas corrientes han chocado de manera más o menos violenta. Durante los años treinta, el Partido Socialista mantenía a tres dirigentes muy distintos y que estaban en aparente confrontación: había un sector encabezado por Julián Besteiro, catedrático de Lógica y hombre de moderación proverbial, partidario del acuerdo y de una cierta urbanidad social. Estaba también el sector filocomunista, que lideraba don Francisco Largo Caballero y que agrupaba a a las Juventudes y a la UGT; este señor Largo era un estuquista frío e imparable que manejaba a sus centurias a toque de silbato. Y por último había un sector más bien unipersonal, concretado en la figura política de Indalecio Prieto, un político listísimo de gran habilidad para el eslogan y cuyos principios variaban en función del viento que se levantara en cada momento. Pese a la disparidad existente entre estas tres corrientes, disparidad real tanto en el fondo como en la forma, el partido fue durante la Segunda República una máquina electoral de una solidez impresionante, y todos los representantes del partido mantenían un acuerdo tácito en virtud del cual se leía rápidamente la situación de cada momento y, según esa situación, se le daba preponderancia puntual a cada uno de los tres sectores. Si había que aparecer como un partido constructivo y colaboracionista, aparecía Besteiro; si había que lanzar un mensaje de ruptura y denunciar a las clases acomodadas, la voz de Largo Caballero atronaba; y si había que enredar, deslizar maldades y malmeter, el hombre idóneo era Prieto. Y todo ello con el soporte de unas bases que por entonces constituían la única organización política que se movía como un solo hombre. Por tanto, vemos que el PSOE de aquella época se beneficiaba de esa confrontación para mantener cuotas de afinidad y entendía esta lucha de corrientes como un mecanismo de flotación electoral de altísimo rendimiento.
En cambio, lo de hoy es muy distinto. Como ya hemos dicho en este paupérrimo blog, el PSOE del año 2015 es un partido en franca descomposición, una descomposición que comienza en el momento preciso en el que el partido deja de tener cuotas del poder. Electoralmente, el PSOE es percibido como uno de los principales agentes activos en lo que ahora se conoce peyorativamente como la austeridad, que no sabemos muy bien lo que significa pero que parece ser la puntilla económica de la clase media. Esta responsabilidad del PSOE es casi imposible de soslayar y creemos que va a perseguir como una sombra horripilante a este partido, sobre todo mientras Podemos mantenga la hegemonía televisiva y cibernética que tiene en estos momentos. El señor Pedro Sánchez, secretario general, está en una situación complicadísima y por lo que hoy vemos ha decidido varear el olivo para que alguno de sus desencantados votantes vea movimiento en el partido. Sánchez ha destituido a Tomás Gómez en base no a una condena por corrupción ni a una mera imputación, sino a unos indicios rumorológicos de puro en las obras del tranvía de Parla. En realidad, parece que Sánchez ha querido dar la vuelta a unas encuestas que colocan al partido en Madrid en una posición electoral miserable.