Salvador Dalí estafó a Yoko Ono

Amanda Lear es una señora que anduvo en la órbita del pintor catalán Salvador Dalí, y es conocido que esa órbita de Dalí era un mundo de anormalidad generalizada, a veces fingida y a veces real. Dalí tuvo una relación especialísima con su mujer, Gala, una relación marcada por la buena marcha del negocio pictórico y por las infidelidades cotidianas. Esta señora Lear ha dicho recientemente que en una ocasión Yoko Ono, viuda de John Lennon, compró al pintor gerundense un pelo de su bigote, y pagó por ese pelo la cantidad de 10.000 dólares. Además, resulta que, según la señora Lear, ese pelo que se remitió a Nueva York no había pertenecido nunca al bigote del pintor, con lo que Yoko Ono podría tener motivos para sentirse estafada.

Estas declaraciones de la señora Lear son, en conjunto, magníficamente surrealistas y dalinianas. La viuda japonesa realiza el pedido de un pelo del bigote de Dalí y paga por ese pelo 10.000 dólares: he ahí una estafa en sí, independientemente de que el pelo sea auténtico o falso. Dalí se pasó la vida realizando gestos excesivos y llevando a los medios de comunicación su metodología paranoica-crítica con excelentes resultados mercantiles: Dalí ha sido uno de los pintores que más dinero pudieron acumular en vida. Y este gesto de enviarle un pelo falso a la viuda de Lennon es un disparate realizado con cierta lógica, dado que es lo único medianamente serio que se puede hacer con alguien que te compra un pelo por 10.000 dólares.

Además, hay un porcentaje muy importante del público que tiene una opinión francamente mala sobre Yoko Ono. A Yoko Ono se le responsabiliza de la ruptura de los Beatles, cosa no tan clara y más bien bastante discutible, y también se le acusa de ser una artista sin grandes méritos, algo que probablemente esté más contrastado; en el mundo musical, al menos, la producción artística de Yoko Ono es aproximadamente un engendro que no hay por dónde cogerlo. Por lo tanto, la estafa del pelo del bigote de Dalí es un motivo de regocijo para buena parte de los espectadores, quienes, como digo, sienten por la señora Ono una repugnancia definida y concreta.

Para ser justos, hay que decir que Dalí fue siempre un vendedor excesivo y con tendencia hacia la payasada innecesaria, pero también debemos decir que, debajo de esos ojos desorbitados y de esas performances disparatadas, hay un artista que, como mínimo, era un dibujante de una habilidad excepcional y que ha sido uno de los grandes paisajistas del siglo XX (nadie ha pintado las vistas lunares del cabo de Creus como Dalí en los fondos de sus cuadros surrealistas). Por tanto, Dalí ha utilizado la locura estrafalaria como metodología promocional estricta y fría, y mientras tanto ha podido pintar cuadros de algún peso específico y ha podido venderlos muy bien; una vez le pidieron que explicara su método artístico, denominado método paranoico-crítico, y él contestó: «No sé exactamente en qué consiste mi método, pero sé que algo bueno tiene porque, de un tiempo a esta parte, noto que me estoy volviendo bastante multimillonario». Dalí escondía, bajo su payasada aparente, una mezcla de pintor y marchante, y en Dalí se ve a un hombre de una orientación comercial acusadísima.

Este mercantilismo artístico generó a su alrededor una moderada animadversión por parte de algunos sectores, pero es una animadversión muy leve si la comparamos con el odio ruidoso que una gran mayoría de personas ha sentido, siente y sentirá por Yoko Ono, así que la venta fraudulenta del pelo del bigote por 10.000 dólares es un acontecimiento histórico que en general puede considerarse como muy satisfactorio.

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