Trump y Sanders

Tenemos que insistir en la idea de la utopía como gran munición electoral. Acabamos de verlo en Cataluña y es una corriente que se va extendiendo por todo el mundo. A mi modo de ver, esta tendencia puede ser peligrosa porque creemos que una parte fundamental del trabajo de un político debería ser la cuantificación del coste de las cosas que este político propone llevar a cabo. Esta idea, sin embargo, está en franco desuso y ha sido relegada por la emotividad mayúscula y por la formulación de proclamas sentimentales con el corazón en la mano. Y esta estrategia de emotividad suele desembocar en la decepción y el chasco. Este fenómeno se observa cíclicamente y ahora nos toca de lleno.

Y tan fuerte es la corriente actual que ha llegado a los Estados Unidos. Algún lector curioso sabrá que en el año 2016 se celebrarán unas elecciones presidenciales norteamericanas, y que a estas elecciones no concurre ningún presidente a la reelección (Obama acaba su mandato). Por tanto, para los dos partidos que constituyen el establishment se ha abierto uno de esos procesos de primarias que en América son larguísimos y que en muchos casos transcurren en medio del humor y llenos de situaciones rocambolescas. Por el lado republicano, hay hasta dieciséis candidatos optando a ser el candidato, valga la redundancia, y entre ellos se mezclan defensores del creacionismo, negacionistas del calentamiento global, enemigos de los sistemas universales de salud, partidarios del rezo obligatorio en las escuelas públicas, avalistas de la tenencia de armas de fuego y partidarios de otras muchas cosas que en Europa nos suenan a chino. Parece ser que en este lado republicano sobresale Donald Trump, famoso candidato multimillonario que está ganando apoyo popular con herramientas que apelan al sistema nervioso del electorado: Trump propone proteger a los veteranos de guerra, levantar un muro en la frontera con Méjico y negociar mejor los tratados con Irán. Una de las cosas que más gusta de Trump es que se está pagando con su dinero su propia campaña electoral, ya que en Estados Unidos los candidatos suelen pedir dinero a grandes corporaciones o doners que subvencionan las campañas a cambio de contraprestaciones posteriores no muy claramente definidas. Trump, al que vemos desde aquí con el escepticismo que provoca su peinado absurdo y naranja y sus edificaciones grotescas, recubiertas de oro, está vendiendo independencia y además es un hombre listísimo y muy rápido en sus respuestas, que muchas veces son disparatadas o arbitrarias pero que siempre tienen un componente humorístico. Va a los debates sin papeles y le importa todo un pimiento. Y eso está gustando. Además Trump cuenta con la ventaja de que lleva diez años siendo el presentador del programa televisivo El Aprendiz, un show con una audiencia descomunal. Ya hemos comentado alguna vez que Estados Unidos es de los pocos países occidentales en los que los millonarios no solamente no provocan rechazo sino que, por el contrario, son objeto de admiración popular.

Por el lado demócrata, la candidata más viable sería Hillary Clinton, pero esta mujer da una imagen de frialdad implacable que al elector estadounidense le genera urticaria. Hillary tiene experiencia y capacidad de gestión pero el electorado desconfía de ella instintivamente. En este bando demócrata ha surgido un personaje singular, llamado Bernie Sanders, senador por Vermont. Este señor tiene 74 años y se autodeclara socialista, palabra prohibida hasta ahora en la nomenclatura electoral estadounidense. Sanders es un admirador de los países del norte de Europa y está a favor de la seguridad social plena, de la educación universitaria gratuita y de abolir los privilegios fiscales de las grandes corporaciones. Saliendo de la nada, este venerable anciano está llenando estadios en sus mítines y ha adelantado a Hillary en las encuestas, ya que el electorado joven le considera un hombre auténtico, mientras que, como ya hemos dicho, a Hillary se le ve como a una bruja desalmada e incrustada en el núcleo más pétreo del establishment de Washington. Es muy importante destacar que Sanders es el primer hombre con posibilidades de ser candidato que proclama consignas que se salen del llamado liberalismo norteamericano (en Estados Unidos, y a diferencia de la terminología española, liberal significa de izquierdas). Sanders es una persona que incluso en Europa sería considerado como de izquierdas, cuando todos sabemos que la izquierda norteamericana es equivalente al centroderecha de Europa. Por tanto, Sanders es un hombre insólito que está entusiasmando al electorado demócrata, aunque hay que ver cómo cala entre el público republicano, que es un electorado rígido y abiertamente contrario a sus postulados.

Por tanto, parece que los dos candidatos más probables en cada partido son dos personas que van a la contienda con armas más o menos sentimentales y primarias. Tanto Trump como Sanders (y ambos desde polos opuestos) están apelando a los dos extremos del sistema nervioso del electorado, y están dejando en un segundo plano cualquier consideración que se aproxime al realismo más o menos posibilista. Ante Sanders y Trump, el resto de los candidatos resultan plomizos, repetitivos y robotizados. Ambos candidatos acaban de pasar de forma sucesiva por el Late Show televisivo de Stephen Colbert (un presentador y cómico absolutamente fabuloso que acaba de debutar en la CBS y al que conviene seguir la pista), y en estas dos comparecencias estos señores han invocado al sentimentalismo suavemente demagógico, declinando pronunciarse sobre buena parte de los asuntos que, con una consistencia de cemento armado, son la base de la realidad estadounidense.

Nosotros, que no sabemos nada de nada, tenemos la impresión de que la búsqueda de la vibración sensible de los votantes es históricamente una fuente de problemas si no viene acompañada por unos mínimos de realismo. La abolición de la responsabilidad es la gran novedad entre los políticos que están apareciendo en todo el mundo civilizado.

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