Los interruptores

En determinados momentos de la vida nos topamos con personas que cumplen la función de embarullarlo todo. Normalmente nuestro encuentro con estos sujetos ocurre en algún momento de optimismo por nuestra parte, optimismo que, según vamos comprobando cuando conocemos al personaje embarullador, no tenía base ni fundamento. Justo cuando pensamos que las cosas marchan y que hemos cogido un cierto camino positivo, se produce indefectiblemente el encontronazo fatal con esta persona que podemos denominar a partir de ahora como el interruptor.

El interruptor es aquel individuo que tiene una cierta potestad para decidir sobre algo pero que no entiende nada de lo que tiene entre manos y que parece puesto ahí con la intención de que cualquier proceso quede escandalosamente paralizado. Para que uno de estos interruptores resulte efectivo en su labor obstaculizadora debe reunir dos condiciones básicas: la primera es que este hombre tenga la autoridad o el rango suficiente como para poder constituir un obstáculo importante, o que cumpla una cierta función en cualquier proceso que le faculte para poder enmarañarlo; el interruptor solamente bloquea las cosas si tiene potestad para ello. En segundo lugar, el interruptor debe de ser consciente de esa capacidad de obstaculización. Un interruptor potente es el que sabe que sin su colaboración no es posible que las cosas salgan, con lo que está dispuesto a bloquearlo todo durante el tiempo que sea necesario para que su influencia quede patente. A un interruptor auténtico no le preocupa que las cosas funcionen, sino que sólo piensa en la relevancia que él tiene dentro de ese funcionamiento. El interruptor no permite que los asuntos sigan su curso hasta que haya quedado claro que él es el hombre central en todo el lío. Además, el interruptor verdaderamente poderoso es el que actúa con un escrupuloso respeto por la letra de cualquier ordenanza o reglamento pero compaginándolo con una obturación cerebral absoluta en relación con el funcionamiento normal y razonable de las cosas. En este sentido, el buen interruptor debe tener buena memoria y poco juicio.

La existencia de los interruptores es tan antigua como la de la burocracia. La literatura del Siglo de Oro español dejó grandes retratos de interruptores absolutos, aunque probablemente la definición más completa de lo que estas personas representan quedó fijada en los grandes escritores del siglo XIX (Dickens, Dostoievski) y, sobre todo, en la obra de Franz Kafka, en donde tenemos a nuestra disposición una colección insuperable de ineptos cualificados de oficina o gabinete. Porque es importante señalar que el interruptor encuentra su hábitat en cualquier organización grande y medianamente jerarquizada. El interruptor se sitúa en mitad de la pirámide burocrática y allí se hace fuerte y da un gran rendimiento, deteniendo el paso de cualquier expediente o asunto que cae en sus manos.

Existen otros ámbitos en los que también podemos encontrarnos ante la presencia de un interruptor, aunque generalmente de poco vuelo. Las puertas de acceso a cualquier sitio oficial, las ventanillas de atención al público o los controles de la policía de tráfico son lugares idóneos para que un hombre provisto de una visera, brazalete o cualquier otro distintivo de autoridad pueda suspender momentáneamente el paso de las cosas de la vida. Estas interrupciones suelen ser breves y suelen tener poco peso específico, aunque es conveniente mantener la calma y no perder los nervios, ya que el interruptor aprovechará cualquier acaloramiento que mostremos para magnificar el barullo, alargarlo considerablemente y meternos así en un buen lío. El interruptor de baja intensidad tiene una alta consideración del cargo que ocupa y convierte cualquier palabra que pronunciemos ante él en un desacato y un desafío.

Por ello, creemos necesario poseer una templanza mínima delante de cualquiera de estos truculentos personajes. No porque el interruptor no sea capaz de sacarnos de quicio (que es muy capaz) , ni porque el interruptor no merezca recibir una reprimenda dialéctica (que lo merece), sino porque cualquier desahogo por nuestra parte dará pie a que este interruptor multiplique su acción maléfica sobre nuestras vidas y nuestros asuntos. El interruptor es un elemento consustancial a las estructuras sociales, y su desaparición no se contempla por ahora. Es cierto que gracias a los avances tecnológicos se han aligerado multitud de trámites que ahora realizamos por Internet, con lo que el número de interruptores burocráticos ha disminuido de manera notoria, pero en cambio la presencia de los interruptores físicos, de calle, los que llevan un vestuario acreditativo, sigue siendo importantísima. La lucha contra estos energúmenos debe llevarse a cabo de forma silenciosa, con paciencia y con la máxima urbanidad.

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4 comentarios en “Los interruptores

  1. Que se lo digan a Obama
    Me encanta el blog, Peter, te seguiré, a pesar de lo pureta que es la estética elegida. Aunque bella. Bella es…

  2. Lo has clavado. He reenviado el post a varios colegas con los que he compartido ( y tal vez sigo) la acción devastadora de un interruptor.

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